Todos conocemos pueblos bonitos, tranquilos, donde el tiempo parece haberse detenido, con las casas bien conservadas y con gente acogedora y amable. Los hay a orillas del mar, habitados por unos pocos pescadores que cada noche salen a la mar en sus pequeñas embarcaciones, también los que se arriman a viejas fortalezas o los que se alzan orgullosos en llanuras solitarias...