Hace algún tiempo, los viajes solían realizarse en automóviles que carecían de aire acondicionado. Los niños más pequeños se acomodaban en las rodillas de sus hermanos mayores, mientras que las maletas eran aseguradas en el portaequipajes. La madre consultaba la Guía Michelín, mientras que el padre llevaba un cigarrillo en la boca y se mantenía atento a la carretera, además de cambiar la cinta de Peret por Los Chunguitos. Durante los años 80, los viajes en familia eran una verdadera odisea que duraba un mes.
En agosto, las vacaciones en España eran obligatorias en la playa, sin importar si quisieras o no.
Durante los viajes en coche, tu hermana la gótica solía escuchar lo último de los Cure en su walkman, mientras que tú tenías que soportar el casete que tu padre tarareaba con entusiasmo, descamisado por la carretera infernal. Mientras tanto, la madre se dedicaba a mirar la Guía Michelín para preparar el siguiente tramo. Si te tocaba sentarte junto a la ventana, podías disfrutar del "aire acondicionado" durante un rato.
En muchos trabajos, las vacaciones se concedían de tal manera que no había forma de dividir los días, lo cual resultaba en estancias más largas, incluso de todo el mes de agosto.
Al máximo había que prepararlo. Un mes de verano azul una sola vez al año, sin cinturón de seguridad ni aire acondicionado. Y como la estancia era larga, se iba con la casa a cuestas, con las maletas en la baca, las bicis atadas en la parte trasera.
Las agencias de viajes, en lugar de la autopista, te ofrecían los viajes por caminos de cabras. Los agentes, llenos de folletos, eran como San Pedro en la entrada del cielo, abriéndote la puerta a tu paraíso estival soñado después de once largos meses. Y si eso era demasiado sofisticado, entonces podíamos confiar en los mapas y las recomendaciones de amigos y familiares. Al llegar al destino, te encontrabas con medio barrio de vacaciones gracias a la recomendación de un viajero pionero.
En el verano, los más pequeños se van de vacaciones con sus amigos sin necesidad de agencia de viajes ni mapas. Para los padres, esto también tiene ventajas económicas. En lugar de ir a un destino turístico, la familia se va a la casa de los abuelos. Con tantos invitados, se saca la olla grande y se prepara un gazpacho con alrededor de 40 tomates. Esto es lo que realmente se considera turismo rural, el resto es solo una historia.
Los que tiraban la casa por la ventana o habían participado en el Un, dos, tres se iban a un apartamento en Torrevieja, Torremolinos u otra localidad que comenzara con 'torre'. Desde el boom turístico de los años 60, estos destinos eran un paraíso para los veraneantes. Durante once largos meses soñaban con los tres metros cuadrados de playa donde podrían colocar su sombrilla, nevera, sillas, mesa, hamacas y todo lo demás. Después de un mes en la playa, volvían al trabajo el 1 de septiembre, aunque siempre llegaban más morenos que tú, como solía decir Fernandez.
¿Recuerdas cómo viajábamos en los años 80?