En sus mares proliferan todas las especies, desde los pulpos gigantes y los grandes tiburones-ballena, a los minúsculos peces de colores radiantes; en sus cielos vuelan pájaros de cualquier tipo -sólo en Bird Island habitan más de un millón de ellos-; en su tierra, en fin, se encuentran tortugas gigantes, algunas de 300 kilos y casi los mismos años, cobayas, tenrek, iguanas y zorros voladores, una especie de murciélago que es también una delicia gastronómica nacional.
Flora y fauna convierten las Seychelles en un verdadero paraíso para los amantes de la naturaleza, en un lugar perfecto para el descanso. Porque, a decir verdad, hay poco más en ellas.
Sobre sus 1,3 millones de kilómetros cuadrados (casi tres veces la superficie de España) de plataforma marítima, apenas 455 son tierra firme (menos que Ibiza) y la mitad es zona protegida, repartida entre 115 islas, muchas de ellas deshabitadas y en las que la vegetación cubre casi todo.
Algunas casas aisladas, pequeños grupos de viviendas, como Victoria, probablemente la capital más pequeña del mundo, y los hoteles constituyen los único reductos humanos. En total viven en Seychelles unos 95.000 nativos.