El Parque Nacional del Teide, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, incluye toda la montaña, y un recorrido por el interior del inmenso cráter puede ser lo más impactante de un viaje a las islas. Dentro del borde del cráter hay una caldera, lo que es el piso del cráter, de 19 kilómetros de diámetro, y la visita de este paisaje lunar árido es como viajar al centro de la Tierra.
Este cráter es en realidad lo que queda de una montaña mucho más grande que voló su cima hace unos tres millones de años, cayendo sobre sí misma. En algunos lugares, dejó paredes que se elevan 457 metros sobre el suelo del cráter. Desde el punto más alto del Parque Nacional del Teide y de la isla de Tenerife se pueden contemplar unas vistas impresionantes del paredón de Las Cañadas, del volcán anexo al Teide –Pico Viejo– y, en días de gran visibilidad, de las otras Islas Canarias.
El Centro de Visitantes de El Portillo es un buen lugar para comenzar el recorrido, donde un pequeño museo excelente tiene exhibiciones interactivas que muestran cómo se forman los volcanes y exploran el entorno del cráter. Un camino en el exterior conduce a través de un jardín botánico, en el que las etiquetas ayudan a los visitantes a reconocer e identificar las plantas nativas que verán en el parque.
Hay que dedicar un tiempo a contemplar las raras formaciones geológicas que abunda en los alrededores. Sorprendentemente, este enorme campo de lavas situado en su mayoría a más de 2.000 metros de altitud está lleno vida vegetal y animal.
Para ver el cráter desde arriba y para disfrutar de una amplia variedad de vistas, hay que tomar el teleférico que lleva al cono del Teide.