Lo más práctico es alquilar un mini-mokes, un pequeño coche que parece de juguete, muy versátil aunque le cueste trabajo subir algunas de las empinadas pendientes.
Una visita imprescindible es a las islas de Praslin y La Digue. Hay que tomar primero un pequeño avión desde Mahé y luego un barco. Ambos trayectos merecen la pena. Desde el aire se divisan los pequeños islotes, las aguas verdosas junto a los arrecifes de coral. En el mar se disfruta de la brisa y, con un poco de suerte, pueden verse delfines jugando en paralelo al barco.
En Praslin, se encuentra el valle de Mai donde crece la gigantesca palmera que produce el coco de mar, de la que quedan unos 4.000 ejemplares. Pero sin duda lo mejor de Praslín son sus playas, especialmente Anse Lazio, en el extremo noroeste de la isla, un entorno de postal. De hecho, suele aparecer en los listados de playas más bonitas del mundo. La playa, que no es muy grande, está bañada por aguas color turquesa, con palmeras y árboles takamaka y grandes rocas redondeadas de granito en cada extremo. A pesar de ser tan popular, nunca está demasiado llena. Pero el arenal más buscado de la isla es Anse Volvert, con su silueta curva ideal para tomar el sol y bañarse pero también para practicar deportes acuáticos. Justo enfrente hay un pequeño islote, Chauve-Souris, al que se puede llegar nadando y bucear en su entorno.
Otra playa espectacular es Anse Source d'Argent, en la isla de Digue, que fue bautizada con el nombre del barco de los primeros colonos franceses que poblaron la isla en 1768. En esta playa de ensueño, de arena que parece nácar y palmeras cimbreantes, emergen rocas pulidas como gemas. Es un tramo de arena blanquísima bañado por aguas azules que forman una bahía espectacular y la imagen más representativa y utilizada para mostrar lo que Seychelles ofrece. A pesar de su exuberante belleza, La Digue ha conseguido evitar en parte el creciente aunque moderado desarrollo turístico que tienen Mahé y Praslín. Tiene un ambiente más sosegado que las otras islas principales, con muy pocas carreteras asfaltadas y sin coches. Es un sitio para reencontrarse con la naturaleza, con alguna playa desierta para sentirse como en el Paraíso.
Es imprescindible acercarse a La Passe, un puerto minúsculo que conserva su atmósfera de otro tiempo, en el que hombres y mujeres charlan en el muelle mientras esperan a que llegue el ferry, los niños van en bici por las calles bordeadas de árboles y el sábado por la noche todos se juntan en el paseo para bailar y beber.